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Padres a la altura del llamado divino

Ser padre o madre en 2025 es enfrentarse a un torbellino de información, presiones económicas, cambios culturales y desafíos emocionales sin precedentes. Las redes sociales ofrecen consejos, las escuelas exigen resultados, y la tecnología se ha convertido en niñera, consejera y juez de nuestras decisiones parentales. En medio de este panorama, ¿Qué significa hoy ser un buen padre o madre?

 

Más allá de modas o métodos de crianza, la Biblia nos propone un modelo atemporal: un diseño de paternidad y maternidad basado en amor, formación intencional, unidad y fe. Pero este modelo parece estar en crisis. No porque haya fallado, sino porque lo hemos desplazado. 

 

El modelo bíblico parte de un principio poderoso: los hijos no son una carga ni un proyecto, sino una misión. En Proverbios 22:6 se nos instruye a formar al niño en su camino, lo cual implica conocerlo, guiarlo y acompañarlo en su desarrollo integral. Sin embargo, hoy muchos padres viven bajo la sombra del cansancio, del “no tengo tiempo”, del “que la escuela se encargue”, o peor aún, de la idea de que “los niños deben criarse solos para volverse fuertes”.

 

La educación ha dejado de ser intencional. Se ha vuelto reactiva. Atendemos lo urgente, pero no lo importante. Vivimos en modo de supervivencia, y nuestros hijos  emocionalmente huérfanos en hogares llenos de actividad, pero vacíos de conexión.

En 1 Corintios 13, nos recuerda que el amor todo lo soporta, todo lo cree y todo lo espera. Pero, ¿Qué tan constante es nuestro amor con nuestros hijos? ¿Cuántas veces nuestras palabras suenan más a reproche que compasión?

 

Hoy, muchos hijos crecen bajo un amor que se siente condicional. Si sacas buenas calificaciones, si obedeces sin fallar,  entonces te abrazo, te celebro, te veo. O nos vamos al otro extremo  todo el amor,  todo el cariño, pero no te exijo nada para que no te genere ningún trauma. Cuando fallas, te castigo con distancia, con silencio o con sarcasmo. Sin querer, convertimos el amor en premio, no en fundamento.

 

Esto no solo daña la autoestima de nuestros hijos, sino que distorsiona su imagen de Dios. ¿Cómo creerán en un Padre celestial que ama incondicionalmente, si su experiencia terrenal fue lo contrario?

 

La Biblia honra la enseñanza de ambos padres: “Escucha la instrucción de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre” (Prov. 1:8). Pero la realidad muestra un desequilibrio evidente. En muchos hogares, la figura del padre es distante, emocionalmente ausente o delegada. Y las madres, aun siendo valientes, cargan con responsabilidades que no debieron ser solo suyas.

 

No se trata de culpas, sino de invitar a la restauración. Los hijos necesitan a ambos padres, no solo presentes físicamente, sino activos emocional y espiritualmente. La paternidad no es solo proveer económicamente, sino también formar, escuchar, corregir afirmar.

 

Y cuando por circunstancias no hay dos padres en el hogar, la comunidad, la iglesia y la familia extendida deben cubrir con sabiduría esos vacíos, para que ningún niño o joven crezca sin referencias saludables.

 

La Biblia propone una paternidad presente, cotidiana, que enseña en el camino, en la casa, al acostarse y al levantarse (Deut. 6:6-7). Hoy, estamos físicamente en casa, pero emocionalmente ausentes. Los celulares nos han hecho perder el arte de la conversación. Las pantallas se han convertido en nuestro escape y en el sustituto de la presencia.

 

Muchos hijos ya no buscan hablar con sus padres porque han aprendido que están ocupados, distraídos o cansados. Los silencios no son sabios; son dolorosos. Y en esos vacíos, entran otras voces: influencers, algoritmos, corrientes ideológicas sin filtro.

 

La conexión no se da por convivencia, sino por atención. Por eso, urge recuperar el espacio de la charla sin prisa, de la cena sin pantallas, del paseo sin distracciones. Ser padres presentes no es estar ahí, es estar atentos.

 

El modelo bíblico no niega la dificultad de la crianza. De hecho, reconoce que criar requiere sabiduría, paciencia, humildad y dependencia de Dios. Pero hoy muchos padres viven con la sensación de estar perdidos. Cada red social da una opinión distinta. Cada experto da una técnica opuesta. Las ideologías confunden y la fe muchas veces ha sido relegada a un rincón.

 

Necesitamos volver a la fuente. Volver a ese diseño en el que los padres no se sienten omnipotentes, pero tampoco solos. Donde hay un Dios que guía, que fortalece, que da estrategias sobrenaturales para desafíos humanos.

 

Este no es un llamado a la culpa, sino a la conciencia. No importa si ya cometimos errores. Aun así, podemos restaurar, reaprender y volver a empezar.

 

La crianza no es perfecta, pero puede ser profunda. No requiere padres expertos, sino dispuestos. Dios no espera que seas un padre o madre ideal, sino presente, humilde y dispuesto a aprender con Él.

 

Nuestros hijos no necesitan superhéroes. Necesitan modelos reales que los amen, los escuchen, los disciplinen con justicia y los guíen con fe.

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